sábado, 11 de mayo de 2013

LOS ESCLAVOS EN EL VALLE DE ILO


La presencia de españoles en el valle de Ilo significó la alteración de las relaciones sociales desarrolladas hasta ese momento dentro de la mentalidad costeña, en beneficio del conquistador europeo. Como ocurría en otros lugares cercanos, tales como Tacna, Arica o Tarapacá, los españoles ejercieron sobre los indios toda una serie de abusos, de cuya autoría no se escapaban incluso algunos clérigos, tal como consta en una denuncia efectuada por los indígenas de Tarapacá en el año 1,620 contra del clérigo Melchor Maldonado y dirigida a la Real Audiencia y al obispo de Arequipa. Las acusaciones contra los españoles indican que se quedaban con las mejores tierras las cuales siembran con el trabajo gratuito de los indios del lugar y obligaban a traer muchachos y muchachas y a guanear y a regar, abandonando sus propias tierras de cultivo.

 La dificultad que representaba para los españoles seguir usufructuando la tierra de los indígenas y la cada vez menor mano de obra disponible obligó a buscar nuevos trabajadores baratos, sumisos y de fácil manejo y alentaron de esta manera el comercio de negros africanos hacia el virreinato el Perú. Esta migración "oficial" fue acompañada de otra que aunque ilegal fue rápidamente favorecida por aquellos valles en los que contar con mano de obra agrícola era una necesidad impostergable. La tradición oral señala de qué manera se introducía por Puerto Inglés negros venidos del África a cargo de contrabandistas ingleses y que distribuían en los valles de Moquegua, Tacna y Arica. Estos llegaban en los grandes barcos que cruzaban el Atlántico y eran desembarcados en costas alejadas de los centros poblados, que por lo tanto carecían de la debida custodia tal como ocurría en la playa Puerto Inglés, desde donde eran trasladados hacia el norte, a la playa denominada Calienta Negros, en donde se calentaban a los negros para lograr su reanimación y venderlos posteriormente.

Esto hizo que la población de esclavos en el sur aumentara considerablemente. Los pocos datos que existen sobre población negra, y que en su mayoría corresponden al corregimiento de Arica, señalan que en el censo de 1609 había sido necesario censar a los descendientes de esclavos en la zona sur que comprendiesen la cuarta generación, lo que hace suponer que los esclavos tendrían ya varios años en la zona. Para 1614, un censo efectuado por orden del Virrey Mendoza y Luna en la zona sur indica que, de un total de 1784 habitantes, la población negra se elevaba a 1300 personas.

En 1555 se produjo el arribo de 500 esclavos negros a la costa peruana. Estudiosos como A. Wormald, señalan que para esa misma fecha, la población de esclavos en el sur del Perú habría sido de 1200 aproximadamente. Aunque este incremento puede explicarse por la falta de mano de obra tanto para el servicio doméstico como para la agricultura, Viviana Briones nos ofrece otra explicación: el incremento se debería al destierro que sufrían los negros acusados de mala raza, hechiceros, herejes, supersticiosos, violentos y viciosos  por parte de Santo Oficio y que preferían Arica como lugar de destino.

Muchos de estos negros fueron diseminándose en los valles sureños, siendo el valle de San Gerónimo de Ilo uno de sus receptores. La propia Viviana Briones, en su artículo “Arica colonia: libertos y esclavos negros entre el lumbago”, da a conocer que la población estimada para la zona de Ilo era de 45 españoles, 54 mestizos, 83 sin color y 430 esclavos, lo que hacía un total de 612 habitantes. Es curioso notar que en esta relación no se consigna población indígena en el valle de Ilo, lo que no creemos sea correcto. Curioso es, por otra parte, que la población esclava sea numerosa.

El desarrollo de la olivicultura y de las plantaciones del azúcar motivaron la necesidad de mano de obra, lo que incentivó el comercio ilegal de esclavos. Rápidamente ellos fueron adquiridos por los hacendados  moqueguanos para sus tierras tanto en Moquegua como en Ilo, donde llegaron a ser con el tiempo un grupo ciertamente numeroso dedicado tanto a labores agrícolas como a domésticas especialmente las mujeres. Su tasa de natalidad fue alta lo que obligó en algunos casos su desplazamiento hacia la ciudad de Moquegua. Pero contrario a lo que se puede sospechar el trato dado a los negros no fue inhumano sino en la mayoría de veces todo lo contrario. Si bien el cierto que el negro económicamente era un bien y podía ser vendido o heredado, se documentan casos en los que el trato dados a ellos en el valle de Ilo era más bien de respeto y hasta familiar.

Tomemos como ejemplo el caso de doña Teresa Velarde y Tholedo, hacendada del valle de Ilo quien tenía en su poder tres esclavos de nombres Paulino y los hermanos Francisco y María de Castro que habían nacido en su casa y que fueron recibidos por testamento de su difunta madre doña Margarita de Toledo. En su testamento que en vida redactó en 1758 dejó Teresa expresa voluntad que a su muerte los tres negros sean libres sin que nadie pudiera venderlos o enajenarlos y que gocen de su libre albedrío amparados en esta voluntad que se cumpliría al fin de sus días, inspirada según declaró "por el mucho amor que les tengo y que lo han engendrado con su fidelidad y buen sentido con el que atienden…" Su voluntad fue remarcada sostenidamente para que no queden dudas de ella. Ninguna persona podía alquilarlos, retenerlos, empeñarlos o hipotecarlos o tenerlos en cautiverio bajo ninguna razón y que la declaración escrita debía ser suficiente para reconocerle la libertad que ella les estaba ofreciendo.

Que los negros se heredaban no quede ninguna duda. Margarita de Toledo, vecina del valle de Ilo, entregó en 1734 como parte de la dote matrimonial a su hija doña María una negra y una mulatilla valorada en cuatrocientos pesos, quedándose con ella los esclavos de nombre Diego, José y Francisco y una mulatilla de nombre Margarita. Que los negros eran bienes, igual Don Jacinto de Ochoa a nombre de don Pedro de Foronda, vendió en 1735 dos negros esclavos de 24 años que tenía en Ilo, uno de ellos de nombre Calixto, en trescientas botijuelas de aceite de oliva.

Como en todo lugar, muchos esclavos intentaban sin embargo escapar de estas condiciones sobre todo cuando ellas eran injustas. En julio de 1734 don Juan Velarde y Toledo se quejaba de la huida de una mulata suya nombrada María y de su hija Ana María de dieciocho años de edad y de un mulatillo de nombre Juan José de nueve años, hijo también de María. Los tres luego se supo se encontraban en Camaná a cargo de don Martín Pastor de Esquivel, tal como éste comunicó en una carta. Para deshacerse de la situación no encontró mejor camino que venderlos a los tres en calidad de esclavos cautivos a don Alejando Rospigliosi en el precio de 975 pesos.

Esta es una pequeña evidencia de la situación de  los esclavos en el valle de Ilo. No tenemos claro cuáles fueron las relaciones de éstos con otros grupos sociales pero es probable que no haya sido muy mala. ¿Formaron los negros comunidades separadas? Aparentemente no. Lo más probable es que con el tiempo ellos hayan dejado su condición de esclavos y pudieron obtener su libertad por propia voluntad de quienes fueron con anterioridad sus amos.

 

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