Con la presencia incaica en las
costas de Moquegua la economía local paso de ser autosostenida basada en la
explotación de los recursos locales en costa y lomas al desarrollo de una
economía tributaria y dependiente del centralismo cusqueño. La presencia de
ayllus altiplánicos desplazadas desde la zona lacustre hacia la costa repetía
de esta manera el sistema de enclaves que habían desarrollado los tiahuanacos
para complementar una economía que requería de recursos inexistentes en la zona
altoandina. Los grupos locales desarrollaron sus actividades económicas sin
mayor dificultad aunque con el requisito de la tributación. De acuerdo a María
Rostworowski, dos grupos eran identificables en la costa en esa época, los coles y los camanchacas, dedicados a la agricultura y a la
pesca sin que, al parecer mantengan contacto directo o permanente.
La llegada de los españoles cambió este esquema pues las tierras que antes eran de las comunidades locales ahora pasaron a ser de los europeos a través de las encomiendas, como pasó inicialmente con Lucas Martínez Vegazo. Posteriormente por compra, donación o decisión testamentaria la posesión de la tierra pasó a diferentes familias. En el tema del trabajo el español mantuvo algunas prácticas andinas como la mita y los mitayos y el manejo de gran cantidad de mano de obra disponible debido a la existencia de la encomienda. La explotación del trabajo indígena dio origen a las reducciones de indios aplicada por el virrey Toledo y que buscaba controlar la tributación entre los indígenas de 18 a 50 años. En el caso de Moquegua y Arica se redujeron a 22 los pueblos esparcidos de 226 lugares y se les devolvieron los pagos excesivos por adoctrinamiento y otros conceptos. Con el tiempo fueron incorporados al esquema económico del valle los negros africanos, muchos de ellos ingresados por Calienta Negros de manera clandestina.
Pronto el valle de Ilo vio introducir
lentamente cultivos nuevos como el azúcar, el olivo y el trigo, nuevas especies
de animales como la gallina, el caballo y la mula y nuevos elementos
mecánicos como el molino y el trapiche
lo que aumentó el valor de la tierra cuyos propietarios vivían en Moquegua y
controlaban mediante el camayo o capataz las propiedades que tenían en la costa.
De ellos el olivo fue el más exitoso y fue cultivas no solo en el valle sino
también en todas las quebradas hacia el norte de él. Rápidamente, gracias al
clima especial de la zona de Ilo, plantaciones de olivos fueron creciendo en
zonas como de Amoquinto, Yerbabuena, San José, Alfaro, Quebrada Seca, Pocoma,
Alastaya, Chusa, Tique, Tacaguay, Talamoye y Alfarillo, siendo los más grandes,
como dice el carmelita Vásquez de Espinoza los olivares de Jesús y más adelante
el de Amoquinto. Tan grande fue el éxito de este cultivo que fue necesario
construir molinos y sacar el aceite. Un viajero del siglo XVII decía al
respecto que "diversos lugares de este valle están poblados de hermosas
calles de olivos de los que se extrae el mejor aceite del Perú." Con el tiempo
la aceituna de Ilo ganó fama en la mesa más exigente de las principales ciudades
y el aceite del valle de Ilo competía sin ninguna dificultad con el venido
desde España. Cuenta Ricardo Palma que la fama hizo que se hiciera muy común la
frase "Si los plátanos son de seda, las aceitunas son de Ilo."
Otro cultivo que ganó fama fue la caña
de azúcar, siendo la hacienda Loreto la principal productora de azúcar y miel de caña que se comerciaba en
los valles del sur sin mayor dificultad. El viajero francés Amadee Frezier
cuenta que había en el valle un trapiche de azúcar que consistía en un molino
de tres rodillos de cobre amarillo; el del medio hace girar los otros dos por
medio de piñones de hierro incluidos en la misma pieza que engranan unos contra
otros. Estos rodillos, que giraban en sentido contrario, toman las cañas que se
colocan entre dos de ellos y las extraían al mismo tiempo que las prensan, de
modo que extraían todo el zumo que caía en un canal que lo llevaba a las
calderas; allí se le hacía hervir tres veces, cuidando de espumarle y agregarle
jugo de limón y otros ingredientes; cuando estaba suficientemente cocido se
vertía este jugo en vasijas con forma de cono truncado donde se cuajaba en
grumos de un color marrón muy intenso. Para blanquear y refinar el azúcar así
obtenida se le cubría con cuatro o cinco pulgadas de tierra mojada la cual era
rociada todos los días con el fin de que la humedad filtre el juego más fino
que cae gota a gota y el resto se cuajaba en panes de color blanco.
El comercio de estos productos obligó a
establecer circuitos comerciales con los valles intermedios y el altiplano tal
como existía durante el incanato. Esto le permitió a Ilo recibir con frecuencia
carga para embarcar y formar con Arica un par portuario. Enpezó así un fluir
constante entre sierra y costa, en una línea que bajaba de la zona lacustre a
Arequipa, Moquegua e Ilo y luego volvía a ascender a la sierra de Charcas, dice
Miro Quesada. El puerto de Ilo brindaba, a diferencia de otros puntos una bahía
más amplia en Pacocha y de fácil acceso por lo que junto al de Arica recibía
mercadería procedente de Cusco, Chucuito, Arequipa y Moquegua, transportada en
caravanas de mulas en un recorrido de 200 y 300 leguas. Cuando Arica se
encontraba inoperante, este circuito se ampliaba, pues "si no hay navíos
en Arica también vienen (hacia Ilo) de La Paz, Potosí y Lipes, de modo que este
puerto resulta el mejor de toda la costa para el comercio de las mercaderías
europeas."
El intercambio comercial costa-sierra
fomentó el uso de la mulas como medio de carga y transporte dejando de lado la
llama; este cambio incrementó el cultivo de la alfalfa, pues a las mulas que
cargaban la mercadería se agregaba gran cantidad de otras para reponer las que
pudieran morir en el camino. Estas recuas se dividían en piaras de 10 mulas
cada una que viajaba a cargo de dos hombres. Mucha gente se dedicaba a la
crianza de mulas aunque la importación de mulas de Chile y Tucumán era muy
frecuente.
Otro rasgo importante de este comercio
fue el contrabando inglés y francés que se hizo común en las costas de Ilo,
debido a la escasa vigilancia que allí se mantenía. El lugar preferido fue la
playa Puerto Inglés y la zona denominada Calienta Negros, por donde ingresaban
géneros y cuyo comercio estaba motivado por la presencia de la plaza
proveniente de Potosí y porque el circuito comercial llegaba hasta el Alto Perú
en donde los artículos europeos eran adquiridos a buen precio. La reacción del
gobierno de Lima no siempre logró reducir este comercio pese a las acciones que
implementó. Por ejemplo en 1,717 fueron capturando en Arica e Ilo hasta seis
buques franceses cargados con mercaderías y tesoros y aunque de acuerdo a ley
todas las mercaderías incautadas debían ser quemadas, las penurias económicas
de la administración colonial obligaron a las autoridades a transgredir la ley
y vender las mercaderías en pública almoneda, adjudicando al fisco el valor
obtenido en tal operación.
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